Congreso paralizado y hartazgo social: la distancia entre la política y la gente sigue creciendo

Mientras millones de argentinos enfrentan dificultades económicas, pérdida de ingresos y falta de respuestas concretas, el Congreso continúa envuelto en sesiones suspendidas, desacuerdos y demoras. La brecha entre la política y la sociedad se profundiza.

17/12/2025NuevaHoraMagazineNuevaHoraMagazine
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El malestar social con la dirigencia política no es nuevo, pero en la Argentina actual se volvió estructural. A la crisis económica, la caída del poder adquisitivo y la incertidumbre cotidiana se suma una sensación cada vez más extendida: la política parece vivir en un mundo aparte.

En ese contexto, el funcionamiento del Congreso vuelve a quedar en el centro de las críticas. Sesiones que se suspenden, debates que no avanzan y proyectos clave que quedan empantanados alimentan la percepción de una dirigencia más concentrada en disputas internas que en resolver los problemas urgentes de la gente.

Una agenda que no avanza

Reformas laborales, previsionales, fiscales y sociales forman parte de una larga lista de temas que impactan de lleno en la vida cotidiana, pero que no logran un tratamiento sostenido. Mientras tanto, los legisladores continúan percibiendo salarios elevados y sosteniendo privilegios que contrastan con la realidad de la mayoría de la población.

Para amplios sectores de la sociedad, esta situación refuerza una idea peligrosa para la democracia: la política no escucha, no comprende y no aprende.

Conductas que se repiten

Lejos de revisar prácticas y corregir desaciertos, gran parte de la dirigencia insiste en conductas que profundizan el descreimiento: discusiones estériles, faltazos, chicanas, discursos desconectados de la realidad y una marcada dificultad para construir consensos duraderos.

El resultado es una grieta que ya no es solo ideológica, sino emocional y social. La gente siente que hace esfuerzos, ajusta su consumo y resigna calidad de vida, mientras observa que quienes toman decisiones no modifican sus hábitos ni asumen responsabilidades reales.

El riesgo del desencanto

El hartazgo no se expresa únicamente en quejas. También se traduce en apatía, desinterés y descreimiento en las instituciones, un escenario que debilita la participación ciudadana y erosiona la confianza en el sistema democrático.

La pregunta que empieza a resonar con fuerza es inevitable:
¿cuánto más puede soportar la sociedad una dirigencia que no cambia, aun cuando la realidad se vuelve cada vez más dura?

Mientras esa distancia no se acorte con hechos concretos —y no solo con discursos—, la política seguirá acumulando un desgaste que ya no admite excusas.

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