Política, acuerdos y una sociedad que espera respuestas

Mientras las instituciones discuten presupuestos, modelos productivos y habilitaciones clave, una parte creciente de la sociedad siente que las decisiones se toman lejos de sus necesidades reales. No se trata solo de comida: se trata de dignidad, futuro y confianza.

18/12/2025NuevaHoraMagazineNuevaHoraMagazine
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En los últimos meses, distintos ámbitos del poder político avanzaron —a ritmos diferentes— sobre temas centrales para el presente y el futuro de la provincia y de la ciudad. Por un lado, debates sensibles vinculados al desarrollo productivo; por otro, la aprobación de herramientas fundamentales como los presupuestos públicos.

Lo llamativo no fue solo qué se discutió, sino cuándo y cómo.
Momentos de parálisis institucional, sesiones suspendidas y silencios prolongados convivieron con avances rápidos cuando hubo consensos suficientes. En escenarios atravesados por distintas fuerzas políticas, las diferencias ideológicas parecieron diluirse frente a la necesidad de acuerdos.

Desde afuera —como lo percibe gran parte de la ciudadanía— esos movimientos generan una sensación difícil de ignorar: la política siempre encuentra la manera de ordenarse a sí misma, aun cuando la vida cotidiana de la gente sigue desordenada.

El manejo de los recursos públicos, a nivel municipal y provincial, es una de las expresiones más claras del poder real. Presupuestos, bancos, organismos y cajas que funcionan con lógica propia, mientras en la calle se multiplican las urgencias.

Y es ahí donde aparece la distancia.

Porque las necesidades sociales no se reducen únicamente al plato de comida. También son trabajo estable, acceso a la vivienda, salud que responda, educación con horizonte, servicios que funcionen y, sobre todo, la posibilidad de proyectar una vida mejor.

Cuando la política se concentra en acuerdos de gestión y supervivencia, pero no logra traducirlos en mejoras visibles para la mayoría, se erosiona algo más profundo que una estadística: la confianza.

No se trata de negar la importancia de la gobernabilidad ni de los consensos. Se trata de preguntarse si esos acuerdos incluyen realmente a la sociedad o si quedan atrapados en una lógica que se repite y se cierra sobre sí misma.

En tiempos de crisis económica y social, la pregunta que flota en el aire no es ideológica ni partidaria, sino profundamente humana:

¿Para quién se gobierna cuando se gobierna?

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