



Este 11 de julio, Río Grande cumple 104 años. Una vez más, se encenderán las luces del escenario oficial, se escucharán los discursos de ocasión, se publicarán las fotos conmemorativas. Pero también, una vez más, quedará en silencio esa parte fundamental de la historia que se niegan a contar: el verdadero origen de la ciudad, del otro lado del río, donde hoy se alza la Margen Sur.
Porque Río Grande no nació en el centro que hoy adornan con actos protocolares, sino en la otra orilla, donde se levantaron las primeras casas, las primeras fábricas, los primeros sueños. Allí, donde el viento era más fuerte, pero también lo era el coraje de los pioneros. Hombres y mujeres que llegaron con poco, construyeron con lo que había, y sembraron las bases de una ciudad que se expandió gracias a su empuje, su trabajo, y su sacrificio.
Hoy, esos lugares históricos están olvidados. En ruinas. Sin protección, sin reconocimiento, sin memoria institucional. La Margen Sur sigue siendo la gran excluida de la narrativa oficial. No hay homenajes, no hay placas, no hay funcionarios cruzando el puente para rendir tributo donde todo comenzó.
Celebran una ciudad, pero olvidan sus raíces. Hablan de futuro, pero le dan la espalda a la tierra donde realmente nació Río Grande.
104 años después, más que un aniversario, este debería ser un llamado. Un llamado a recuperar la memoria, a construir una historia que incluya a todos, a dejar de negar la geografía del origen. Río Grande no puede mirar al porvenir si no es capaz de mirar con justicia su pasado.
Porque sin la Margen Sur, sin su gente, sin su historia viva, esta ciudad no sería lo que es. Y no será lo que podría ser.









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